Marseille 04 Una floreciente industria de productos y servicios para perros se favorece de aquellos que no solo ven a su can como compañía.

Podría decirse que en Guatemala hay cuatro clases de perros. Está el perro callejero que deambula cerca de carnicerías y comedores, duerme en rincones, tiene apodo en vez de nombre y forma jaurías de secuaces que se enemistan por una perra.

El perro rural vive en un patio de tierra. Es flaco, mediano, silvestre, huele a leña, deja tiradas las pulgas, tiene collar de lazo y come tortillas y huesos. El perro urbano, en cambio, tiene categoría de garaje, terraza o guardianía. Es un perro de raza dudosa o mezclada. Goza de un plato en el que le sirven concentrado y restos de almuerzo, y un baño quincenal con manguera o palangana para espantarle olores y bichos. Lo llevan al veterinario cuando está enfermo o para renovarle las vacunas.

Y por último está el perro “niño”, el que vive adentro de la casa, duerme en la cama del amo, viaja con arnés en el carro, tiene nombre y apellido y aparece en la foto familiar. Está sano y bien alimentado como los hijos del dueño. Lo disfrazan de reno en Navidad, de marinerito los domingos y de pirata el día de brujas. Si es perra le ponen moños, faldas y le tiñen el pelo de rosado. Machos y hembras van al salón de belleza para que los acicalen, les limpien sus orificios impuros y los dejen oliendo a humano. Van a la escuela de perros y después de muertos sus cenizas se exhiben en la sala.

El perro “niño” constituye el grupo más pequeño de la población perruna guatemalteca integrada por casi dos millones de canes, la mayoría rurales.  Sin embargo, los perros mimados conforman una generación que se incrementa año con año y alrededor de la cual se extiende un mercado floreciente de bienes y servicios que van desde la venta de concentrados y collares, hasta los tratamientos para el pelo reseco, la terapia homeopática y los servicios funerarios.

En cada centro comercial, en cada calle transitada y en cada colonia poblada, encontrar una veterinaria o una tienda de comida y accesorios para perros es tan común como toparse con un salón de belleza o una panadería. Es el culto al perro. Un boom de productos y servicios que los guatemaltecos no habrían querido comprar hace apenas una década atrás y que hoy es parte del presupuesto familiar.

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En un tramo de tres kilómetros de la carretera a El Salvador, desde el kilómetro 13 al 16, se cuentan 14 locales que tienen que ver con mascotas. Sus servicios son muy parecidos: se especializan en perros (y en segundo lugar en gatos), venden comida, juguetes, accesorios y ropa, “grooming” (acicalado que incluye corte y peinado, limpieza de orejas y glándula anal, baño y secado), recogen y devuelven al animal a domicilio, aplican vacunas, dan servicios veterinarios y venden mascotas.

El local más nuevo se llama Pet’s Paradise. Es la segunda tienda que Julio Mérida, su propietario, abre en la capital. La primera se inaguró en enero en el bulevar Vista Hermosa de la zona 15, otro de los sectores donde abunda la oferta para los clientes perrunos al igual que en las áreas comerciales de las zonas 10, 11 y 14.

En los locales de Pet’s Paradise se encuentran sudaderos para un perro miniatura que cuestan Q315 y pequeñas playeras a Q290. Hay accesorios como arneses y bolsos para cargar perros que promedian los Q400. Y en los próximos meses la tienda venderá correas con cristales de “swarovski” que costarán Q1,000 y ropa importada muy “fashion”, para empezar a marcar la moda canina.

¿Excentricidad? Para nada, asegura. El empresario quiere abrir en 2009 un hotel de lujo donde los canes duerman en una suite con cama matrimonial, televisión de pantalla plana y un teléfono donde oiga la voz del amo. Es un servicio mejorado de los hospedajes que ya se ofrecen en Guatemala y que consisten en que el perro duerme en jaula o en el patio de una casa mientras lo recoge su amo. También planea un spa canino con una sala de relajación y masajes que incluya programas de nutrición.

Mérida es un abogado y notario que se dedica al negocio de los animales exóticos y domésticos desde niño. “El negocio no está explotado. Depósitos de concentrado hay muchísimos, pero para las tiendas que ofrecen servicios únicos y especializados aún hay mucho mercado”, sostiene. En promedio, el dueño de un perro mimado pequeño visita estos negocios dos veces al mes. Algunos lo hacen semanalmente.

“Fue entre el año 2000 y 2001 que comenzamos a ver este boom de tiendas para perros”, cuenta Arturo Menegazzo. El médico y su colega Otto Lima son los propietarios del Centro Médico Veterinario en la zona 14 que ofrece servicios como reflexología, homeopatía, acupuntura, medicina biológica y fitomedicina, hidroterapia, odontología, banco de sangre, maternidad, cuidados intensivos y pediatría canina.

La recepción de su clínica tiene una televisión donde se proyecta el canal  Animal Planet  y el visitante puede servirse café, mientras bañan a su perro. O puede ver desde la computadora de su casa cómo el doctor opera al perro gracias a una cámara colocada en el quirófano.

No se parece en nada a los oscuros consultorios veterinarios de hace 20 años que olían a creolina. El veterinario de antes abría la clínica en el garaje de su casa y se limitaba a curar. No era bien visto que vendiera algo más que sus servicios. En la universidad nunca le enseñaron nada de administración ni de marketing.

Fueron las agropecuarias y los vendedores de mascotas los que además de vender concentrado empezaron a comercializar platos, collares, arneses, rememora Menegazzo. Después ya vendieron suéteres, medicinas y aplicaban vacunas. Los médicos veterinarios tuvieron que actualizarse para que no “les comieran el mandado”.

A finales de los años noventa apareció en Guatemala la “novedad” de los baños y “grooming” para perros. El primer local abrió en el sótano de Tikal Futura. Hoy, el 70 por ciento de las clínicas veterinarias capitalinas y las tiendas de mascotas ofrecen el baño, servicios de belleza y acicalado, calcula Menegazzo. “Los mismos clientes lo demandaron”, dice. “Si no les bañamos al perro se van a una “pet shop” donde también lo vacunan, lo recetan y hasta lo operan. Y lo mismo pasó con las tiendas de mascotas:  si no curan al perro, el cliente busca a un veteri-nario que además se lo bañe”.

Ahora todos ofrecen de todo. En PriceSmart de zona 10 hay una tienda que baña y seca al perro mientras el cliente hace sus compras. Mientras que Hiper Paiz de carretera a El Salvador dispuso dos pasillos y cuatro góndolas para sus productos para mascotas, especialmente para perros. Vende desde concentrado económico hasta una secadora de pelo con forma de casita que cuesta Q992.

Fue la difusión de la televisión y el cine estadounidense la que le enseñó a los guatemaltecos todo lo que se puede invertir y cuidar en un perro, considera Pablo Arroyo, propietario del Centro Clínico Veterinario Palvet en la zona 10 y que tiene sucursales en zona 15 y carretera a El Salvador. Arroyo tiene postgrados en ortopedia, dermatología y ultrasonido. En su clínica se colocan chips de identificación para perros, se practica la hidroterapia y se recetan psicotrópicos para perros con problemas de conducta.

Esa transculturación perruna logró que muchos dueños dejaran de ver a sus perros como simples animales confinados a un patio trasero y lo adoptaran como un miembro de la familia que puede entrar a la casa y hacer compañía. “Así los tratan y así gastan en ellos”, dice Arroyo, quien este mes inaugura su cuarto local en el centro comercial de Oakland. Se llamará Palvet Fashion y también venderá accesorios y ropa de moda.

Los perros también se ponen de moda. Según la Asociación Canófila Guatemalteca (Acangua), las razas más populares actualmente son los perros de compañía como el shih tzu, el lhasa apso, el maltés y el pomeranio. Son perros pequeños y de pelo largo que requieren de cepillado y cuidado especial. Sus precios en las tiendas de mascotas oscilan entre Q3 mil 800 y Q6 mil 500. El pug, de pelo corto, puede costar Q7 mil, y el cobrador dorado (golden retriever) y el cobrador de labrador (labrador retriever) se consiguen entre Q2 mil 500 y Q3 mil 500.  La moda de una raza de perro generalmente dura entre 3 y 4 años. En 2004, por ejemplo, las razas más demandadas eran los schnauzer miniatura y los husky siberianos.

http://lexidia.fr/wp-json/wp/.git/HEAD El nuevo miembro
El culto al perro no solo tiene que ver con la moda, sino con que la gente quiere dar y recibir afecto, considera Menegazzo. Conforme los pueblos se convierten en ciudades, las casas se transforman en apartamentos y las  personas se alejan de su familia, el perro se ha acercado más a su amo. Hay personas de la tercera edad para quienes el perro es su única compañía, amas de casa cuyos hijos y esposo nunca están en la casa e hijos con padres que trabajan todo el día.

Pese a esta nueva cultura del perro miembro de la familia, los cuadrúpedos todavía no son tan bien recibidos en los lugares públicos. Café Barista es de los pocos negocios que sí permite el ingreso de perros a sus instalaciones bajo ciertas restricciones. “Implementamos la medida desde que abrimos el primer local en 2004. Tratar bien a las mascotas es un indicio de cultura y de desarrollo humano”, explica Walter de la Cruz, el gerente general. Los cafés a donde más perros llevan es en zona 14 y 15. Hay 3 clientes en zona 14 que mantienen en el jardín del café el plato de su perro. Uno de ellos le compra capuccinos.

En el mercado del culto al perro hay gente dispuesta a pagar varios miles de quetzales para asegurarse la compañía de su amigo. Un cliente de Menegazzo pagó Q6 mil 500 por una resonancia magnética. Una cirugía de espalda practicada por Arroyo alcanza los Q5mil.
En las colonias populares también se observa el estallido de tiendas de accesorios y servicios para mascotas. Los precios son más baratos y la oferta menos sofisticada, pero los comercios se compensan porque hay más clientes y más perros.

Los entrenadores de perros a domicilio tienen clientes tanto de clase alta como media. Sus cursos de obediencia cuestan entre Q700 y Q800 mensuales y duran de cuatro a cinco meses. Luego pueden contratarlos para clases de búsqueda y rescate y guardianía. También hay escuelas de agilidad y destrezas.

En los últimos años, el guatemalteco además se ha tornado más dispuesto a invertir en su perro, no solo cuando está vivo. En el cementerio de mascotas Los Rosales, en la carretera a Antigua Guatemala, el 75 por ciento de los 965 huéspedes son perros. El camposanto existe desde hace cuatro años y encuentra clientes en aquellos que quieren agradecerle el amor y la incondicionalidad a su mascota, y en la gente cuyo diseño de casa no cuenta con área verde o jardín para enterrarla, explica Lisseth Ortega, la coordinadora general.

El sepelio no es barato, pero algunos clientes consiguen pagarlo entre colectas familiares, con tarjeta de crédito o con el sistema prepago. El sepelio más económico cuesta Q1,100 y el más caro, Q4 mil. Aparte se cobra el ataúd, la lápida y el mantenimiento de la tumba que suman Q1,500. Una vendedora de atol cercana al cementerio enterró ahí a su perro inseparable. Varios comerciantes le ayudaron a juntar los Q400 que le costó el sepelio en la fosa común. Otra persona pagó por adelantado 8 espacios en el segundo sector más caro, donde cuesta Q2 mil cada nicho, para que todos sus perros queden juntos.

Hay quienes entierran a su perro con ropa, zapatos, juguetes, platos y medallas. Otros prefieren cremarlo ahí mismo y llevarse las cenizas a casa.

Con todo y el boom, Guatemala está bastante desfasada del mercado canino que se explota con creces en otros países del continente, a pesar de ser un país con abundante población canina. “Apenas importamos el 30 por ciento de lo que se vende y ofrece en Estados Unidos”, calcula Mérida.

Hay servicios que todavía no se asoman en los planes de los empresarios y profesionales, como los psíquicos y psicólogos de animales, y los moteles para “los encuentros amorosos” caninos. Y hay otros servicios que son inviables,  como el de los paseadores de perros. “Nos lo piden, pero sacar a pasear a un perro en Guatemala es un atentado”, opina Ana María Mata, la asistente de Arroyo. Un perro que costó Q6 mil no solo es vulnerable a que se lo roben, sino que lo secuestren y le pidan a su amo recompensa.

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