Por Eduardo Tarnassi Uno de los placeres que depara la profesión periodística, por no enumerar sus sinsabores, es tener la posibilidad de viajar. Salir de las propias fronteras enriquece nuestro modo de ver el mundo. De hecho, estar lejos de casa, inmersos en un paisaje que no es el propio, conviviendo con expresiones culturales diferentes, lenguas extrañas al oído y costumbres diversas, casi siempre sirve para alejarse del árbol y poder ver el bosque.

Por ejemplo, mientras aquí seguimos esperando que quede aprobada la ley según la cual los ciegos pueden permanecer en lugares públicos con sus perros lazarillos, en buena parte del mundo eso ni se discute.

Otro caso: hace 10 días se realizó en Milán la versión 2000 del Campeonato Mundial Canino de la Federación Cinológica Internacional. Para disfrutar del formidable festival canino, unas 100.000 personas desfilaron por los 30.000 metros cuadrados del recinto, en el que funcionaban a un mismo tiempo 200 pistas para la evaluación de las diferentes razas. El evento, se calcula extraoficialmente, dejó un líquido de un millón de dólares.

Pero en los países del Primer Mundo los fenómenos no se producen sólo en torno de las mascotas; van mucho más allá. Los viajes, como decíamos antes, son una excelente oportunidad para verificarlo. Un buen ejemplo de lo dicho es observar el funcionamiento de sus zoológicos. El de Francfort, además de ser uno de los más grandes, es uno de los mejor organizados.

Imponentes gorilas y pelirrojos orangutanes, en lugar de estar separados del público por fríos barrotes, lo están por unos enormes vidrios que permiten no sólo que el clima interno del habitáculo tenga la misma temperatura y humedad que la de su tierra de origen, sino también que el público esté prácticamente junto a ellos.

La reproducción de los diferentes hábitat es la que hace posible disfrutar del espectáculo de conocer animales de costumbres nocturnas, mariposas que vuelan libremente y muchas cosas más.

La pregunta que surgía por entonces era: ¿es esto una exhibición de animales o aquí podemos encontrar algo más?

Gracias al auxilio de un intérprete, supimos que los que cuidan y alimentan a las bestias son estudiantes de veterinaria pagos por empresas industriales, que tienen a su cargo el sostenimiento del zoológico. Por otro lado, la misión primordial de esta institución es salvar algunas especies de la extinción.

Así conocimos, en vivo y en directo, el licaón, el formidable perro salvaje de Africa.

Con sólo poner una moneda en una máquina ubicada al lado de la jaula, obtuvimos toda la información primaria acerca de ese perro.

El nombre grecolatino de este bicho es Lycaon pictus, cuya traducción no sería otra que la de lobo manchado. De unos 70 a 75 cm de altura y 40 kg, el licaón tiene un pelaje hirsuto, de textura pajiza y color rojizo mezclado con tonalidades blancas y negras. Sus poderosas mandíbulas y grandes orejas no son suficientes para disimular que se trata de un animal desconfiado e hiperactivo.

Según sus cuidadores, se trata de uno de los mamíferos de mayor sociabilidad del reino animal, aunque no es domesticable. ¿A qué se refieren, entonces? A que viven en jauría, con la particularidad de cuidar en conjunto a sus descendientes. Es decir, las hembras no hacen diferencias entre cachorros propios y ajenos.

Confundido antaño como una variedad de hiena (pese a que no es carroñero), se lo llamó de diferentes maneras: perro cazador, lobo manchado, perro hiena o, en swahili, mua muitu. Habitante de las planicies de Serengueti y de las alturas de Ngorongoro, un volcán extinguido, este perro de largas y flacas extremidades sigue, como tantas otras especies del planeta, el largo y lento camino hacia la desaparición.

Las pestes lo han ido diezmando. Las cacerías cada vez más dificultosas lo han debilitado y la consanguinidad de las jaurías produce cada vez más taras entre su progenie. Por esta razón, el zoológico que visitamos, en combinación con otros de diversos países, puso manos a la obra desde hace años para aportar sangre nueva a los acorralados perros salvajes de Africa y devolverles la fortaleza perdida.

Debido a que la descendencia de los licaones produce más machos que hembras, el naturalista KÜhme, del Instituto Max Plank, señaló:

Esta decisión de la naturaleza mantiene el equilibrio de la especie y contraría lo que ocurre con los demás animales ya que, cuando una hembra con cría muere, los machos se encargan de hacer sobrevivir a los cachorritos alimentándolos y dándoles calor. Los viajes, así, permiten conocer este tipo de maravillas que ofrece el mundo animal.

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