Si el termómetro supera los 39ºC no hay duda, el gato tiene fiebre. Sí, sí. La temperatura fisiológica de un gato adulto va desde los 38.3ºC hasta los 39ºC. En cachorros puede permitirse un incremento de la temperatura máxima de medio grado, eso es, hasta 39,5ºC.
Temperaturas menores de 38ºC no son nada buenas y deben conllevar la visita pronta al veterinario. Del mismo modo debe actuarse cuando superamos el nivel máximo.
Tomar la temperatura no es, en absoluto, una maniobra fácil.
Debe obrarse en todo momento con mucho cuidado. Estamos ante una zona sensible del animal y no le gusta, en absoluto que anden en ella. Para facilitar la operación bastará con untar el termómetro con vaselina (o aceite vegetal si no se dispone de ella) y proceder a la introducción del termómetro lentamente. De nada sirven las brusquedades, y menos en los gatos.
En la actualidad existen termómetros de tecnología digital que debe permanecer el artilugio en el interior del recto animal examinado. Si la media de permanencia rectal para un termómetro convencional de mercurio suele rondar los tres minutos, en algunos digitales no suele ir más allá del minuto. Este acortamiento en el tiempo va en beneficio de una toma de temperatura correcta y sin errores.
Saber a ciencia cierta la temperatura rectal de un animal es parte fundamental dentro de la exploración, tanto de un animal sano como enfermo. Su correcta medición puede descartarnos algunas patologías y ayudarnos a acercarnos al diagnóstico con mayor rapidez.
Es un signo que, aunque sea de complicada obtención, debe ser muy tenido en cuenta. Así, éste debe ser el correcto proceder antes de cualquier vacunación, intervención quirúrgica, tranquilización, etc.
El hecho de tomar la temperatura debería ser mucho más frecuente de lo que lo es por parte de los dueños. Son muchas las veces que consultan al veterinario preguntando qué puede sucederle al gato.
Cuando el profesional les inquiere acerca de la temperatura, surgen todos los típicos tópicos citados al inicio (el hocico, las orejas, el cuerpo más o menos caliente, etc.) y con esto, de verdad, se aporta poco.
Así pues, a acostumbrar a los gatos, desde pequeños, a esta útil operación. Por el bien de todos (y, a veces, por la integridad de todos) merece la pena.
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